viernes, 6 de diciembre de 2013

VUELO 937 Capítulo 20

Lunes, 11 de mayo de 1987
Londres

Un mes y dos días. Ése era el tiempo que había transcurrido desde aquel extraño 9 de abril, aquel día que me había traído, por así decirlo, de nuevo a la vida y, por qué no decirlo, también a la muerte. No me podía quitar de la cabeza nada de lo que había pasado esa noche: ni el apoyo y el amor que había recibido de los míos, ni el dolor y la culpabilidad que me había proporcionado el saber que el bebé había muerto justo después del parto. Aquello hacía que mi humor cambiara de repente de la más absoluta de las felicidades a la más mísera de las tristezas; un estado de ánimo inestable que no me ayudaba en nada a superarlo todo y que me amenazaba con hacerme caer en el pozo de la depresión, tal vez incluso del delirio, de un momento a otro.

No obstante, el único que me había notado aquello era John, con el que había hablado largo y tendido sobre el tema en una conversación que acabó conmigo completamente enfadada y con él casi histérico porque no era capaz de ponerse en mi lugar y verlo todo con mis ojo. Y es que lo que John no entendía era a cuento de qué me sentía culpable por haber sobrevivido yo, no entendía por qué no estaba feliz como todos lo estaban por haber superado aquel fatídico 9 de abril. Tal vez tuviera razón al enfadarse conmigo: de hecho, yo era plenamente consciente de que mis palabras podían herirle muchísimo por el simple hecho de dudar de lo bueno y maravilloso que había sido que yo siguiera con él y con los chicos. Pero, con John herido o sin él, mis sentimientos seguían estando ahí y yo no podía hacer nada por evitarlo por más que quisiera.

No volví a hablar con él sobre el tema; ni con él ni con nadie más. No me apetecía más remover todo aquel asunto y menos cuando sabía que lo único que iba a conseguir era hacer sentir mal a alguien a quien quería y, quién sabía, tal vez hasta consiguiera una bonita discusión de regalo.

Pero algo en mi interior me decía que debía hacer algo, que no podía quedarme quieta de brazos cruzados en todo aquel asunto. Fue por eso por lo que aquella mañana soleada de mayo me decidí a hacer lo que estaba haciendo. Estaba sola en casa: los chicos estaban en clase y John había salido hacía un rato hacia el estudio de grabación para trabajar en una canción “sorpresa” para mí y que me había asegurado que me encantaría. Hacía tiempo que ya había dejado de reconocer muchas de sus canciones y aquello nos ponía contentos a los dos: a él porque le gustaba poder sorprenderme por fin y a mí porque aquellos nuevos temas significaban que John estaba vivo y a mi lado.

Con la mano temblorosa a causa de la emoción, firmé la carta que acababa de escribir. Por primera vez desde hacía muchos años estaba escribiendo una carta en mi lengua materna y, además, con aquel sentimiento que le había puesto. Alcancé a limpiarme una lágrima rebelde que se me había escapado rodando por la mejilla justo antes de que llegara a caer sobre el papel. Después, inspiré profundamente y, armándome de valor, releí las líneas que le acababa de escribir a mi madre.

Acabé de leer aquello con los ojos nuevamente empañados por las lágrimas. Y es que, pese a que no le había contado absolutamente nada de mi delirante historia a través del tiempo, era una carta tan llena de emociones que era capaz de provocar aquello en mí. Estaba segura de que ella también se emocionaría cuando la leyera. Tal vez incluso llegara a asustarse por la cantidad de detalles que conocía de su vida, ya que en teoría una persona como yo no tendría que haber sabido ni siquiera de su existencia. Pero aquello no me importaba en aquellos momentos. Tenía la sensación de que estaba haciendo lo correcto y eso, sin lugar a dudas, me quitaba un enorme peso de encima.

Doblé la carta con cuidado y la metí en un sobre inmaculadamente blanco. Puse la dirección de la que había sido mi casa de la infancia sintiéndome como una especie de hija pródiga que daba señales de vida después de muchísimos años, demasiados quizá. Por remitente, sólo puse una “B.”, como solía hacer siempre que enviaba algo personal. Ése era uno de los precios de estar casada con John Lennon: no te podías fiar ni de los servicios de correos.

Después, bajé las escaleras de casa y salí a la calle. Necesitaba enviar aquella carta cuanto antes. Lo que iba a ocurrir después, ya nadie lo sabía.

Así lo hice mientras la tiraba en un buzón con el pulso tembloroso.

Cuatro semanas después, recibí una respuesta.

****************************************

Miércoles, 1 de julio de 1987
Barcelona

-¿Estás segura de que quieres hacer esto?-me preguntó John de repente.

Me volví hacia él y esbocé una sonrisa, tímida.

-Por supuesto que sí.-contesté convencida.-Creo que es lo correcto y que además me vendrá muy bien.

John simplemente asintió con la cabeza pensativo y volvió a fijar su vista en la cinta del equipaje que teníamos ante nosotros.

-Mirad, ésa es una de nuestras maletas, ¿no?-dijo Matt de pronto rompiendo el silencio que se había hecho entre nosotros.

-Claro que sí, es la de Julie, ¿no ves lo llena que está?-rió Alex.-Lo que no me explico es cómo la cinta no se rompe de tanto peso…

-Cállate, Alexander.-le espetó Julie a su hermano dándole un manotazo.-Tampoco llevo tantas cosas, sólo lo normal para pasar una semana fuera de casa. No soy como otros, que sólo se traen dos calzoncillos y ya está.

-¿Quién te ha dicho que me he traído calzoncillos?-bromeó Alex.-Yo no me los pienso cambiar en toda la semana, ¿y tú, Matt?

-Yo aún llevo los del mes pasado.-rió el pequeño siguiéndole la corriente.

-¿Sabéis qué?-refunfuñó Julie, aunque se notaba a la legua que se estaba divirtiendo.-Sois unos asquerosos, los dos.

-Yo también te quiero, hermanita pulcra.-rió Alex revolviéndole el pelo a su hermana.

Mientras, John y yo observábamos la escena divertidos. Aquellos tres no iban a cambiar nunca por más que crecieran.

-Julie, tu hermano tiene razón.-dijo John cuando levantó la maleta de la cinta.-¿Qué has metido aquí? ¿La casa entera? Te dije que no hacía falta que nos trajéramos al gato…

-Otro gracioso.-rió Julie con la broma de su padre.-Eres un quejica, papá. Si tampoco pesa tanto… Eso es que te estás haciendo viejo y ya no puedes con estas cosas.

-¡Y ahora me llama viejo!-fingió escandalizarse John.-¿Has visto, Bri?

-Cría cuervos y te sacarán los ojos, Johnny.-le seguí yo la corriente.

Acabamos de recoger nuestro equipaje entre risas y bromas por el estilo. Aquello me alegraba, tanto que casi me hacía olvidar incluso de cuál había sido el motivo de nuestro viaje.

Salimos del aeropuerto unos minutos y unos cuantos autógrafos de John después. No hubo más porque a muchos les paraba el hecho de verle con su familia, pero estaba claro que la inmensa mayoría de los que se fijaban en nosotros le reconocían en el acto. No obstante, los cinco ya estábamos más que acostumbrados a todo aquello. Al fin y al cabo era lo más normal del mundo.

Una vez fuera, no nos costó encontrar la furgoneta que habíamos contratado para que nos llevara a nuestro destino; desde que viajábamos los cinco juntos habíamos desechado la idea de los taxis por una simple razón: no cabíamos. Sin más, nos subimos y nos pusimos en marcha, hacia el sur. Afortunadamente, el chófer no era de los que hacía demasiadas preguntas y John y los chicos pronto se sumieron en una conversación entre ellos, dejándome  a mí allí con mis propios pensamientos mientras miraba por la ventanilla un paisaje que me resultaba dolorosamente familiar. Era curioso ver como un simple árbol, un simple río o una simple alteración del terreno, era capaz de evocarme tantísimos recuerdos de una infancia muy, muy lejana; unos recuerdos que iban cobrando más y más fuerza conforme nos íbamos acercando al que un día había sido mi hogar.

Una hora y pocos minutos después la furgoneta entró, por fin, en aquel pueblo que tan bien conocía y que tanto cambiaría en los próximos veintiséis años. El hecho de estar allí de nuevo hizo que se me hiciera un inmenso nudo en la boca del estómago. A mi lado, John agarró mi mano en un gesto tranquilizador, como infundiéndome fuerza. Los chicos, por su parte, interrumpieron casi podría decirse de manera brusca su conversación y se sumieron en un silencio tenso, fijando su vista en las casas del pueblo que se sucedían tras las ventanillas de la furgoneta.

Y entonces, de pronto, la furgoneta giró a la izquierda por una calle estrecha y paró delante de una casita de color blanco.

-Hemos llegado.-nos comunicó escuetamente el conductor.

-Lo sé.

Contesté aquello con la mirada fija en la fachada de mi casa, intentando mantener a raya todos esos sentimientos que se agolpaban en mi interior en aquellos momentos.

-¿Vamos?-preguntó John con cautela.

Ni siquiera pude responder, simplemente asentí débilmente con la cabeza a la vez que abría la puerta del vehículo.

-¿Podría esperarse un momento aquí?-oí como le decía John al conductor.-Si no le importa, nos gustaría que después nos acercara al hotel donde tenemos hecha la reserva.

-Por supuesto, no hay ningún problema.

Bajé del coche y me quedé mirando fijamente la puerta, podría decirse que hasta asustada. John, Alex, Julie y Matt bajaron también y me imitaron. Ninguno osó a decir nada; tal vez todos estaban tan ansiosos como yo.

Haciendo de tripas corazón, agarré aire y salvé los pocos pasos que me separaban de la puerta. Dudé de nuevo pero, en el último segundo, me decidí a hacerlo. De este modo, obligándome a no pensar en ello ni un segundo más, alargué la mano y llamé al timbre.

Durante unos instantes, la tensión fue tal que hasta me daba la sensación de que se podía llegar a cortar. Entonces, de pronto, escuché el ruido de la puerta al abrirse. Contuve el aliento a la vez que la puerta se entreabría, asustada y emocionada a partes iguales.

-¡Dios mío! ¡Señora Lennon!

Sonreí mirando a mi madre y sintiéndome más extraña de lo que nunca antes en mi vida me había sentido. Era ella, joven, mucho más que yo, que era su hija. Aquello, sin lugar a dudas, debía de ser una de esas paradojas temporales a las que se había referido Greg la última vez que se había cruzado en mi vida.

-Llámame Briseida.-le dije con un hilillo de voz, emocionada.-Y tutéame.

Ella se quedó mirándome durante unos segundos, sombría.

-Es un nombre precioso.-dijo.-Así íbamos a llamar a nuestra hija. Y…

Se interrumpió en aquel momento y fijó su mirada en la mía. Hasta aquel momento no fui consciente de cómo nos parecíamos las dos físicamente. Hasta entonces, sabía que me parecía a ella, pero jamás me había percatado de cuánto: los mismos ojos, la misma boca, la misma nariz tan peculiar en toda su familia, incluso más o menos teníamos la misma estatura y el mismo timbre en la voz. Tal vez ella también notó todas esas cosas y quizá por eso empalideció de repente.

-Leí la carta que me mandaste.-susurró al cabo de unos segundos.-Sabías muchas cosas sobre nosotros, sabías lo de la niña.

Me limité a asentir con la cabeza con gesto grave.

-¿Cómo…?-murmuró.-¿Cómo sabías…?

-¡Rosa!-la voz de mi padre desde el interior de la casa, potente, interrumpió aquella pregunta.-¿Quién es?

A mi madre no le dio tiempo a contestar nada antes de que él apareciera, curioso, por el pasillo. Llevaba sus gafas puestas. Seguramente habría estado corrigiendo algunas cosas de sus alumnos del instituto: solamente se las ponía cuando hacía eso.

-¡Por todos los dioses!-exclamó cuando nos vio allí plantados. No pude evitar sonreír cuando le escuché gritar aquello: su pasión por la Grecia Antigua estaba tan arraigada en él que no podía esconderla ni en frases de la vida cotidiana como aquella.-Son… Pensé que aquella carta… Pensé que había sido una broma pesada.

-Ya te dije que no lo era, Alejandro.-le recriminó mi madre.-Te presento a… los Lennon.

Tan sorprendido estaba mi padre que ni siquiera fue capaz de contestar nada. De nuevo, otro silencio se hizo entre todos los que estábamos allí.

-Yo también leí la carta.-dijo de repente mi padre sin perderme de ojo.-Parecía que… Parecía que usted supiera todo acerca de nuestra vida.

-Tutéame, por favor.

-Como quieras.-masculló él.-¿Cómo sabías todo eso?

-Estaba a punto de responder a esa misma pregunta cuando has aparecido.-contesté mirándole.-Digamos que… simplemente lo sé.

-¿Pero cómo?

-Del mismo modo en qué sé que tú ahora seguramente estabas corrigiendo exámenes, por las gafas, digo. Como también sé que discutís cada vez que hay que pintar la casa o intentáis decidir a casa de cuál de las dos abuelas hay que ir a comer el domingo.-dije de tirón. A decir verdad, no fui plenamente consciente de lo que había dicho hasta que no vi las caras de estupefacción de mis padres.-Perdón, cuando he dicho “abuelas” me refería a vuestras madres…

-Esto no es posible…-masculló mi padre.-¿Quién eres?

Suspiré antes de contestar y me quedé mirándolos durante unos instantes, sopesando mi respuesta, analizándolos.

-Simplemente soy alguien que os conoce.-contesté al fin.-Aunque vosotros ni siquiera seáis conscientes de que también me conocéis a mí, y mucho.

Otro silencio, esta vez, infinitamente más largo. Les dediqué una mirada triste, arrepintiéndome de pronto por todo aquello que estaba haciendo. Aquello no tenía sentido para nada. Ellos jamás iban a reconocer en mí a aquel bebé que habían perdido unos meses antes ni tampoco podía contarles de buenas a primeras mi historia. En el mejor de los casos me tomarían por loca; en el peor, ni siquiera quería imaginármelo.

-Siento mucho las molestias que os he ocasionado. De verdad que lo siento, creedme. No era mi intención molestaros.-me sorprendí diciendo de repente, nerviosa. A continuación, me di la vuelta y, mirando a John y a mis hijos que no habían dicho ni una palabra hasta el momento, añadí:-Vamos, chicos, será mejor que nos marchemos.

Empecé a caminar hacia la furgoneta que aún seguía aparcada frente a nosotros, casi a punto de estallar allí mismo en lágrimas de pura frustración. Pero, justo cuando estaba a punto de entrar de nuevo en el coche, el grito de mi madre me sorprendió.

-¡Briseida!

Me volví hacia ella, confusa, y vi que caminaba en mi dirección, apresurada. Se plantó delante de mí y clavó sus ojos en los míos.

-Dios mío, Briseida…-susurró a la vez que me agarraba la cara con las manos en un gesto protector.-Dios mío… Mírate: tus ojos, tu manera de mirar, tu nariz…

No fui capaz de decir nada en aquellos instantes. El sentir, después de tantos años, su contacto me emocionaba muchísimo. Apenas fui consciente de que mis ojos se habían llenado de lágrimas hasta que noté como resbalaban por mis mejillas, cálidas e imparables. Miré a mi madre: ella también estaba igual que yo. Algo en su interior se había movido, algo que le hacía intuir la verdad por loca que pareciera. Con cuidado, quitó sus manos de mi cara y agarró mi mano, tironeando de ella y obligándome así a mostrarle mi brazo derecho. No hizo falta que dijera nada para saber que estaba mirando, asombrada, la marca de nacimiento que tenía justo encima del codo. Soltó mi mano y se quedó mirándome, pálida.

-Briseida…-murmuró casi sin voz.-Eres… ¿eres tú?

El hecho de ver que mi madre me había reconocido, que aquella conexión con la que tanto había fantaseado se había producido, hizo que mis lágrimas se desbordaran aún con más fuerza. Asentí.

-¡Briseida!

Y entonces, antes ni siquiera de que me diera tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre mí y se fundió conmigo en un fuerte abrazo antes de empezar a llorar desesperadamente entre mis brazos.

-¡Oh, Dios mío! ¡Eres tú! ¡Eres tú!-sollozó.

-Estoy bien.-fue lo único que alcancé a decir.-Mírame: estoy bien.

-¿Pero qué…?-empezó a preguntar mi padre tras nosotras, completamente confundido.

Mi madre se volvió hacia él y sonrió, aún llorosa.

-¡Es ella!-exclamó.-¡Mírala! ¡Es ella!

-¿Pero quién…?

Ni siquiera nos esperamos a que mi padre acabara de formular la pregunta antes de volver a abrazarnos las dos con fuerza. Ya habría tiempo para las explicaciones más adelante. Ahora, lo único que importaba era el momento. Ni pasados ni futuros, lo único que importaba era el presente.

-Te he echado de menos… mamá-susurré casi en su oído.

Ella se separó de mí unos centímetros y me miró a los ojos, sonriente.

-Y yo a ti, mi niña… Y yo a ti.

Sonreí sin más, feliz. Tenía a mi familia, a toda, a mi alrededor y estaba viva. ¿Qué más podía pedir? Nada, la respuesta era “nada”. Y es que, a veces, algo que empieza mal puede acabar bien.


Tremendamente bien.






Y bien, pues hasta aquí llega el final de este Vuelo 937. Tal vez más de una ya se imaginaba, después de lo que leyó en el último capítulo, lo que podría ocurrir en éste; tal vez no. Sea como sea, me apetecía acabar este fic bien, cerrar por así decirlo todo el círculo y dejar todos los cabos atados. Espero pues, que con esto, lo haya conseguido a vuestros ojos, como también espero que hayáis disfrutado del fic en su conjunto al menos la cuarta parte de lo que yo he disfrutado escribiéndolo. Y es que le pillé un cariño inmenso a Bri, le pillé un cariño inmenso a Anna, a Alex, a Matt a Julie y a todos y cada uno de los personajes. Y siendo así, ¿cómo no disfrutar escribiéndolo?

Obviamente, me gustaría también agradeceros a todas el haber estado ahí leyendo, intentando pasar un buen rato por aquí. No soy una persona a la que le importe tener muchos, pocos o ningún lector, pero mentiría si dijera que no me ha alegrado enormemente ver la respuesta que ha tenido esto. Así que, gracias por arrancarme un montón de sonrisas, chicas, de verdad.

Y bueno, dicho todo esto... ¿qué va a ocurrir ahora? Pues ahora va a ocurrir que me voy a tomar unas vacaciones en esto de los fics, aunque ya anuncio que tengo algunas ideas por ahí pululando en forma de one-shots y cosas así que un poco más adelante me animaré a plasmar y a publicar en ese mismo blog. Por el momento, no tengo ideas suficientes como para embarcarme en un fic largo, pero tranquilas porque esto no es un anuncio de retirada ni nada por el estilo. ;)

En fin, chicas, nos leemos! Un abrazo bien fuerte.

Se os quiere.

Cris.

martes, 26 de noviembre de 2013

VUELO 937 Capítulo 19



Jueves, 9 de abril de 1987
Londres

No.

No, no y no.

No quería irme, no quería separarme de aquellos a los que tanto quería.

No podía irme.

Aquel sentimiento que salía desde lo más profundo de mi alma sacudió con fuerza todo el inmenso bienestar que hasta hacía unos segundos había experimentado.

Y cuando aquella idea se apoderó de mí por completo, noté como si alguien me propinara una inmensa bofetada. Fue un golpe seco, repentino, que vino acompañado de una vertiginosa sensación de caída libre.

Y entonces, abrí los ojos de repente. Agarré aire fuertemente y noté como el oxígeno inundaba mis pulmones sin ninguna dificultad, sin ningún dolor. Después, parpadeé, confusa, y miré a mi alrededor. Me encontré enseguida con las miradas sorprendidas de todos. Aún pude atisbar las lágrimas en sus rostros, pero aquello no importaba en esos instantes. Sonreí.

-¡BRI!

John se abalanzó sobre mí nada más me vio y empezó a cubrirme el rostro de besos a la vez que murmuraba frases incoherentes y empezaba a formular preguntas que jamás acababa de pronunciar.

-Johnny, Johnny…-me sorprendí diciendo sin ningún esfuerzo a la vez que le hundía la mano en el pelo, feliz.

-Por el amor de Dios, Bri, cariño…-masculló él separándose de mí con los ojos repletos de lágrimas, pero esta vez, de pura felicidad.-Estás bien.

Sonreí nuevamente y traté de incorporarme. Aunque pareciera imposible, no había ni rastro del dolor que me había atormentado hasta casi desear la muerte. No obstante, pese a eso, lo hice con cierto esfuerzo. Y es que estaba tremendamente cansada, como nunca antes lo había estado.

-¡Mamá!

Antes incluso de que me diera tiempo a acomodarme bien siquiera, Matt, Al y Julie, se abalanzaron sobre mí para darme un abrazo sincero. Los estreché a los tres contra mi cuerpo, fuertemente.

-Sabía que lo conseguirías.-me susurró Alex.-Sabía que no ibas a marcharte.

-Y no lo haré, os lo juro.

Nos separamos lentamente y me quedé mirándolos a todos de nuevo. Anna, Ringo y sus chicos estaban allí, sorprendidos pero sonrientes a la vez. Cuando nuestras miradas se encontraron, Anna soltó una sonora risa.

-¡Estás viva!-exclamó feliz.

Yo sólo me limité a asentir. En realidad, en aquellos momentos mi atención estaba fija en el hombrecito que había al fondo de la estancia. Greg estaba blanco y me miraba literalmente boquiabierto. No exageraría ni un pelo si dijera que estaba casi en estado de shock. No era para menos: él, que esperaba asistir al momento de mi muerte, había acabado asistiendo al momento de mi renacimiento.

-¿Greg?-le llamé yo, instándole a decir alguna cosa al respecto.

El hombrecillo se quedó mirándome durante unos segundos, como si hubiera visto a un fantasma. Negó con la cabeza varias veces, obviamente sin acabar de creerse del todo lo que estaba sucediendo ante sus narices.

-Esto…-balbuceó al fin.-Esto es imp…

Antes incluso de que pudiera acabar de pronunciar aquella palabra, el teléfono de casa volvió a sonar insistentemente a nuestras espaldas. Sin decir nada más ni esperar a que nadie hiciera ademán de ir a responder, Greg se plantó ante el teléfono con dos grandes zancadas y descolgó bruscamente.

-¿Sí?

El silencio se apoderó de nosotros mientras Greg hablaba. A aquellas alturas ya todos sabíamos a la perfección de dónde llamaban y cuál era el motivo. Todos intercambiamos entre nosotros miradas de incertidumbre, seguramente compartiendo los extraños y negros pensamientos sobre lo que podía ocurrir a continuación. Miré el reloj que estaba sobre uno de los muebles del comedor. Las once y siete minutos de la noche; siete minutos después de la hora de mi nacimiento y de mi supuesta muerte.

Greg colgó de repente con un golpe seco, sin ni siquiera intercambiar una palabra con su interlocutor. Todos, yo la primera, le dirigimos una mirada curiosa, incluso temerosa, mientras se acercaba hacia nosotros. Instintivamente, John, a mi lado, me rodeó con su brazo y me apretó contra él fuertemente en un gesto protector. Supe enseguida que él también temía, como yo, que aquel loco me hiciera cualquier cosa al ver que estaba bien y que las cosas no habían salido según sus planes.

-Ha ocurrido algo…-dijo de repente Greg plantándose frente a mí y clavando sus ojos en los míos.

-¿Qué?-me aventuré a preguntar con un hilillo de voz.

Greg se aclaró la garganta antes de hablar.

-Hemos estado equivocados durante todos estos años al suponer que morirías en el momento en el que el bebé, o sea, tú, nacieras. Pese a que todo apuntaba a que así iba a producirse, a la vista está que no ha sucedido así.

-Entonces…-dijo John mirándole con suspicacia a la vez que me abrazaba aún con más fuerza.-¿Es posible que las dos Briseidas convivan en el mismo espacio de tiempo?

-No. No pueden.

La contundencia con la que Greg dijo aquello hizo que se me helara la sangre en las venas de puro pánico. No había muerto y, según había dicho, no podíamos convivir las dos en una misma época. Entonces… ¿qué iba a hacerme aquel loco?

-Mira, si estás pensando en…-empezó a decir John en tono amenazador, mirándole desafiante.

-No, John.-le cortó Greg.-No estoy pensando en nada.

-¿Y entonces?

-Creo que no acabáis de entender qué es lo que ha ocurrido…

-Explícate.-le exigí yo.

Greg agarró aire y, a continuación, lo exhaló en un fuerte suspiro.

-Las dos no podéis convivir en el mismo espacio de tiempo, es lógico. Sois la misma persona a fin de cuentas y se produciría una paradoja… imposible de llevar a cabo.-explicó casi de tirón.-Tú estás bien, Briseida, eso es obvio. En lo que nos equivocamos fue al presuponer que serías tú la que morirías.

-¿Qué estás queriendo decir con eso?-pregunté débilmente, aunque ya sabía a la perfección qué era lo que estaba diciéndome.

-Briseida… El bebé ha muerto.

Aquella confirmación cayó sobre mí como un inmenso jarro de agua fría. De inmediato, toda la alegría que había sentido hacía unos instantes, se esfumó como si nada. El bebé, o sea, yo, había muerto. ¿Cómo se sentiría mi madre en aquellos momentos? Aquello me hacía caer en un enorme pozo de sentimientos encontrados: yo estaba viva y alegre porque no me había separado de los míos, porque seguía  a su lado; sin embargo, mi yo recién nacida había muerto y en aquellos momentos mis padres estarían sumidos en la más absoluta de las tristezas. Para qué negarlo, me sentía hasta culpable y mal conmigo misma por haber sido yo la que había sobrevivido a todo aquello.

-¿Por qué ella y no yo?-quise saber sombría al cabo de unos instantes.

-No lo sabemos a ciencia cierta.-respondió Greg encogiéndose de hombros.-Tal vez sea porque tú ya tenías tu destino dibujado y tu vida trazada y ella aún no; tal vez sea por otra cosa. Los médicos han dicho que el bebé ha sufrido muchísimo durante el parto. Puede que ella también estuviera experimentando los mismos dolores que tú has soportado y, obviamente, no los haya aguantado. Una pura cuestión de fortaleza física, vamos.

No pude ni siquiera contestar nada. Con gesto sombrío, agaché la cabeza y clavé mi mirada en el suelo pensativa. No me sentía bien en absoluto después de haber escuchado aquello. Era imposible que me sintiera bien.

-¿Cómo estás, Bri?-preguntó John a mi lado sin soltarme, tal vez adivinando todo lo que etaba pasando por mi mente en aquellos momentos.

Por toda respuesta, me limité a encogerme de hombros. A decir verdad, no tenía ni idea de qué decir.

-Era o la una o la otra, Briseida.-intervino Greg en tono glacial.-Las dos no teníais cabida en este mundo.

Levanté la cara y me quedé mirando al vigilante con una extraña mezcla de odio y confusión.

-¿Y por qué no las dos?-inquirí furiosa.-¿Por qué no habéis hecho nada para evitar todo esto? ¿Por qué?

-Briseida, Briseida…-suspiró Greg.-Sabes perfectamente el porqué no podéis convivir las dos. ¿Te imaginas lo que pasaría cuando esa niña hubiera tenido veintiséis años y hubiera visto que era exactamente igual, un clon, que la esposa de John Lennon a su edad? Una esposa que, por cierto, lleva hasta su mismo nombre. No, Briseida, no… Eso hubiera sido imposible. Además de que va en contra de todas las normas naturales. Y por lo que preguntas de por qué no hemos hecho nada, te voy a responder claramente: no podíamos, Al contrario de lo que puedas pensar, nosotros no tenemos ningún poder oculto capaz de cambiar este tipo de cosas ni nada por el estilo. Somos, simple y llanamente, observadores de todos esos accidentes que a veces llevan a alguien a un sitio que no es el suyo, como te ocurrió a ti. Sólo somos conocedores de ese gran secreto y nos encargamos de hacer cumplir las normas para que el devenir de la Humanidad no cambie según los actos y los intereses de cada viajero. Si así se hiciera, y lo sabes, el mundo se sumiría en el más absoluto de los caos. Y aparte de eso no podemos hacer nada más. Como nuestro nombre indica somos unos meros “vigilantes”.

Escuché todo aquello sin interrumpirle, en silencio y atenta a lo que decía. Cuando por fin acabó de hablar, solté un profundo suspiro, resignada. En el fondo sabía que tenía razón y que no podía objetar nada a todo lo que había dicho. En silencio, apoyé mi cabeza sobre el hombro de John , buscando su contacto, aún cavilosa.

-Ey, Bri…-susurró él a mi lado.-Sé que todo esto es una mierda, pero lo importante ahora es que tú estás bien, que estamos todos juntos.

-Supongo que tenéis razón…-mascullé de mala gana al cabo de unos segundos. En realidad, me hubiera encantado creerles cuando decían que lo más importante era eso y dejar de pensar en lo que acababa de pasar a cientos de kilómetros de distancia, pero era imposible.

-¿Sabes?-dijo Greg de repente recuperando aquella sonrisilla medio psicótica.-Me alegro de que no te haya ocurrido nada malo. No me preguntes por qué, pero me encariñé contigo enseguida. Tal vez desde el día en que me convenciste de que el mundo no iba a cambiar por modificar el destino del que hoy es tu marido. Jamás nadie había osado a contradecirme de una manera tan directa, ni muchísimo menos había llegado a convencerme con sus argumentos. Hubiera sido una verdadera lástima perderte.

Me obligué a dedicarle una media sonrisa cuando le escuché decir aquello.

-Siento no poder decir yo lo mismo de ti.-le contesté medio en serio, medio en broma.-Si te digo la verdad, tus apariciones no me han solido auspiciar nada bueno, así que…

-Era mi obligación.

-Lo sé, pero ponte en mi lugar. -contesté.- De todos modos creo que en el fondo eres un buen tipo.

Greg soltó su particular risita histérica cuando dije eso. Después, cuando volvió a recobrar la compostura, dijo:

-Puedes estar tranquila, Briseida. No creo que a partir de ahora vuelva a aparecer en tu vida para vaticinarte nada malo. A no ser, por supuesto, que incumplas las normas.

-Tranquilo, no tocaré nada ni intentaré cambiar ninguno de los grandes acontecimientos de la Historia.

-Así me gusta.-sonrió.-Y bueno, por lo que veo, mi trabajo aquí ha terminado. He de irme; ha sido un día duro y necesito descansar, como supongo que todos los necesitareis. Hasta siempre, a todos. Por cierto, bonita casa.

Y, sin esperarse a que nadie le acompañara ni se despidiera de él, Greg se dirigió hacia la puerta del comedor silbando alegre una cancioncilla irreconocible. Segundos después, escuchamos la puerta de casa cerrarse tras él. Greg había salido de mi vida tan de repente como había entrado.

Estuvimos unos segundos así, en silencio, mirándonos unos a otros. Y entonces, de pronto, Julie estalló en una carcajada limpia, alegre, a la que pronto se unieron los demás.

-Pues… ahora sí que sí.-sonrió John a mi lado.-Felicidades, Bri. Te debo un regalo de verdad.

-¡Felices cuarenta y seis, mamá!-exclamó Matt abrazándose a mí, pletórico.

Pronto, todos se unieron a aquella retahíla de felicitaciones. Todo había pasado y estaban alegres. Todos, menos yo, que sólo podía dedicarles sonrisas a medias. Y es que, pese a que estaba feliz por estar allí con ellos, mi mente seguía dándole vueltas a la misma cosa: mis padres. Estarían destrozados. No se merecían eso. Nadie merecía una cosa tan horrible.

************************************

-Te quiero, mi vida.

John me dio un último beso en los labios antes de volverse a colocar en su lado de la cama, contento, relajado.

-Y yo a ti, John.-contesté acurrucándome contra él.

-Lo peor de todo ha sido tener esa certeza absoluta de que te perdía, esa sensación de que todo lo que había a mi alrededor se desmoronaba sin más.-susurró pasándome la mano por el pelo.-Han sido las peores horas de toda mi vida. No sé qué hubiera pasado si en realidad…

-No lo he hecho.-dije yo antes de que él pudiera acabar de pronunciar la última palabra, una palabra que, en realidad, era la última que quería escuchar en aquellos momentos. Al fin y al cabo, ya se había hablado lo suficiente de muerte en aquellas últimas horas.-Y sigo aquí, lo seguiré siempre.

-Así espero que sea, Bri.-sonrió él antes de darme un beso en el pelo.-No me hagas pasar por esto nunca jamás, ¿me oyes? Si lo haces y soy capaz de sobrevivir al ataque que me va a dar seguro, te juro que pido el divorcio.

Solté una risita divertida con la broma de John. Era genial ver como de nuevo volvía a ser el mismo de siempre.

-Tranquilo, no está en mis planes volver a repetir una escenita como ésta…-sonreí.-Además, tampoco sé de qué te quejas: digamos que ésta ha sido mi pequeña venganza contra ti por el susto que me hiciste pasar aquel 8 de diciembre de hace casi seis años y medio.

-¿Cómo…?-empezó a preguntar John sin entender a qué me estaba refiriendo. No obstante, pronto lo comprendió y, bajando la voz, añadió:-Bri… Jamás me lo habías dicho. Así que el día exacto era el 8 de diciembre de 1980.

Asentí todavía apoyada sobre su pecho desnudo.

-Nunca te quise decir el día exacto.-dije al fin.-A fin de cuentas, con una paranoica perdida ese día ya había más que suficiente.

-Pero tú sabías que no me iba a pasar nada…-sonrió John.-Todo cambió desde que nos conocimos, alteré mi destino.

-Bueno, sí, lo alteramos todo, pero no tuve la certeza exacta de que no iba a pasar nada hasta que no estuvimos a 9 de diciembre. Ya sabes que el destino puede ser muy caprichoso.

-Lo cierto es que sí.-murmuró John.-Sólo tú y yo sabemos cómo de caprichoso puede llegar a ser.

Nada más dijo eso, levanté mi cabeza de su pecho y le miré a los ojos, esbozando una sonrisa tierna.

-Es caprichoso como el que más.-susurré.-Pero me gustan sus caprichos. Gracias a ellos estoy junto a ti.

-A mí también me gustan. Y mucho.-me respondió él antes de pegar sus labios a los míos.

Volví a acurrucarme junto a él, dejándome abrazar, disfrutando más que nunca de su mero contacto físico. Y es que, cuando estás a punto de perder algo, después lo aprecias infinitamente más, aunque te parezca que hacerlo aún más que antes sea imposible. Cerré los ojos después de dedicarle mi última sonrisa del día. Afortunadamente, al día siguiente le podría dedicar muchas más. Y al otro. Y al otro.

Y entonces, lo recordé de nuevo. Mis sonrisas eran, a la vez, lágrimas de mis padres por haber perdido a una hija recién nacida. Aquello era injusto, muchísimo, y sólo aquel pensamiento sirvió para que en lugar de dormirme con una sonrisa, me durmiera llorando por dentro.

Aquella noche estuvo plagada de sueños intranquilos y llenos de una irremediable culpabilidad. Aquella, y muchas otras noches que le siguieron.






Lo prometido es deuda y aquí estoy yo de nuevo con el capi 19, que sé que el último que os colgué se acabó muy... de repente, jeje. 
Antes que nada, me gustaría aclarar un par de cosas sobre este capì "casi final" (porque ya sabéis que aún queda otro) que habéis leído. Cuando empecé el fic, si os soy sincera, no tenía ni idea de cómo podía resolver el problema que me había armado y, de repente, un pensamiento de una lógica aplastante se apoderó de mí: las dos Bri no podían convivir en un espacio de tiempo, imposible, pero en ningún momento se había dicho cuál de las dos iba a sobrevivir a todo este enredro. Es curioso, cuando pensé esto, me autoobligué casi a desechar la idea porque no me parecía (y continúa sin parecerme) nada ético ni de buen gusto el hecho de que el bebé haya sido el que "no haya pasado la prueba", por así decirlo. Y no, obstante, no se me ocurría para nada de qué otra manera podía acabar esto con lógica y sentido común, de hacer que las piezas encajaran todas, así que decidí seguir adelante con esta idea que me pilló tan de repente. Pese a todos los pesares, al final sí que me ha gustado cómo ha quedado, aunque quede bastante mal decirlo. Pero con todo esto, también entenderé que no os haya podido gustar este final, porque reconozco que con él he traspasado una línea roja que para mí en principio también era casi que infranqueable. No obstante, hablando a mi favor, he de decir que aún queda un capítulo, un capítulo que espero que sirva para resolver todo este embrollo que se ha armado, y no digo nada más porque hay gente muy avispada por aquí y seguro que adivinaría pronto cuáles son mis intenciones para el capi 20, jejeje.
Y por mí, nada más, que os aburriré al final con tantas divagaciones. Nos vemos en el 20 para despedirnos de Bri y los demás! Saludos y gracias por estar ahí! :)

domingo, 24 de noviembre de 2013

VUELO 937 Capítulo 18



Un año. Ése era precisamente el tiempo que había transcurrido desde el nacimiento de Alex. Durante ese período de tiempo, habían pasado infinidad de cosas, tanto a nivel personal como profesional y tanto a John como a mí.

Por una parte, los chicos habían decidido tomarse un descanso como grupo. Era curioso: en ningún momento se había hablado de ruptura, cosa que a mí, sabiendo lo que sabía, me había extrañado muchísimo. Simplemente querían tomarse un tiempo, probar con sus carreras en solitario y desintoxicarse un poco del viciado aire que se respiraba en el seno de The Beatles. Como ellos mismos habían dicho, eran unas vacaciones, un merecido descanso después de tantos años juntos y que era completamente necesario para evitar que las relaciones personales entre ellos acabaran peor que mal. Y nadie, absolutamente nadie, quería eso. Al fin y al cabo, eran cuatro amigos que habían compartido muchísimas cosas juntos y era una lástima que su relación acabara echándose a perder por culpa de asuntos meramente profesionales.

Por otra parte, Clare Simons había dejado de existir, al menos como personaje anónimo y sin rostro. No, no había sido un accidente el hecho de que hubieran descubierto que yo estaba detrás de esa misteriosa escritora que hacía unos meses había sacado su primera novela a la luz. Fue, simple y llanamente, fruto de una maniobra de marketing llevada a cabo por Tom Maschler, pese a que a mí aquello no me hiciera demasiada gracia. Según él, la novela era buena y no merecía el poco tirón que estaba teniendo en su primera edición. En un principio, intenté convencerle de que para mí estaba teniendo las suficientes ventas y de que el hecho de ya se estuviera a punto de agotar aquella primera edición a las pocas semanas de salir a la venta, suponía ya un éxito redondo. Bien, pues para mí era un éxito redondo, pero para él, no. Así que, sin tener en cuenta mis protestas iniciales me organizó una rueda de prensa ante los medios especializados en literatura para desvelar mi identidad bajo la excusa de un acto promocional. Bonito revuelo se armó cuando me vieron aparecer, acompañada por un John que no se lo había querido perder por nada del mundo, en aquel salón de actos de un conocido hotel de Londres, el lugar elegido para aquella rueda de prensa. No hace falta ni siquiera decir que las ventas de mi novela se dispararon a partir del día siguiente con la consiguiente satisfacción de Maschler y mi creciente fastidio. De hecho, me preguntaba a mí misma sin descanso cuántas de esas fans de The Beatles que se habían comprado el libro se lo habrían leído en realidad.

Pero, pese a toda esa maraña de acontecimientos, lo que más nos había cambiado la vida durante ese año había sido sin duda aquel pequeño terremoto en miniatura que teníamos por hijo. Contra todo pronóstico, John y yo nos habíamos acostumbrado rápidamente al papel de padres. Tal vez, lo único que habíamos llevado peor era el hecho de no ser capaces de dormir de tirón ni una sola noche, en especial durante los primeros meses de vida de Alex. Por lo demás, todo estaba genial, hasta tal punto que nuestros amigos se extrañaban al vernos tan metidos en nuestro papel de padres, en especial al ver a John. Quizá nadie había esperado en su vida que aquel bala perdida que había sido durante tanto tiempo fuera capaz de ponerse una máscara de responsabilidad cuando tenía al niño cerca. Pero, pese a eso, seguíamos siendo los mismos de siempre y nuestra relación no había cambiado en absoluto. Era bonito ver como Alex crecía acompañada por alguien como John.

Y con todo aquello sobre nuestras espaldas, allí estábamos los dos aquella mañana fría de principios de febrero en nuestra casa, arreglándonos para dar lo que iba a ser el segundo gran paso que íbamos a dar juntos: casarnos. Iba a ser una ceremonia íntima que sólo iba  a contar con la gente más cercana a nosotros, en un juzgado a las afueras de Londres. De hecho, ni siquiera esperábamos celebrarlo después por todo lo alto: simplemente íbamos a hacer una pequeña reunión en casa para comer y ya. Y es que tampoco tenía mucho sentido el ponerse a celebrar a íbamos a iniciar nuestra vida juntos cuando ya llevábamos viviendo juntos desde hacía más de año y medio y teníamos hasta un hijo en común.

-John, por favor, deja a Alex tranquilo y cámbiate, ¿quieres?

Pese a que la petición de por sí pudiera llegar a parecer seca, lo cierto era que la había hecho sonriente, intentando a toda costa no ponerme a reír allí mismo al ver la escena que tenía lugar delante de mis narices. Y es que, allí sobre nuestra cama, estaba John con el pijama aún puesto y con el niño al lado, haciéndole a Alex todo su amplísimo repertorio de caras extrañas y provocando que el niño no parara de reír a carcajada limpia.

-Sí, sí, ahora.-dijo él volviéndose hacia mí.-Pero espera un segundo… Vamos, Al, muéstrale a mamá cómo pones una cara fea.

Alex me miró unos segundos y, a continuación, arrugó la frente y abrió la boca en una mueca de lo más graciosa. Aquello hizo que inmediatamente me pusiera a reír y, sin poderlo resistir más me acerqué hacia ellos, agarré al niño en brazos y le di un sonoro beso en la mejilla que hizo que él soltara una risita.

-Hay que ver mi niño qué guapo es.-le dije antes de darle otro beso. Y otro. Y otro.

-Lo vas a gastar a besos.-rió John poniéndose en pie y plantándose a nuestro lado.-Por cierto, que a mí no me das tantos, ¿eh?

-¿Celoso, Johnny?-pregunté divertida mirándolo.

-Tal vez…

Solté una risita antes de acercarme un poco más a él y darle, sin soltar a Alex, un beso en los labios.

-A ti también te encuentro de lo más guapo.-le dije cuando nos separamos.-¿Contento ahora?

-La verdad es que así está mejor, muchísimo mejor.-me sonrió él.-Por cierto, ¿a qué venían tantas prisas? Cualquiera diría que te tienes que casar o alguna cosa de ésas…

No pude evitar soltar una carcajada ante la broma de John. No obstante, aquel comentario hizo que, de nuevo, con tan sólo oírlo nombrar, volvieran a apoderarse de mí aquellas mariposas que desde hacía varios días había sentido cada vez que pensaba en la bosa. Vale, no iba a ser como la boda real, pero era mi boda al fin y al cabo y, por humilde que fuera, tenía todo el derecho del mundo a ponerme nerviosa.

-¿Puedes creerte que estoy hecha un flan de puros nervios?-le pregunté a John.

-Si te digo la verdad, yo también estoy así con todo esto…-contestó él con suavidad.-Es una tontería porque ya llevamos viviendo juntos de ya hace tiempo, pero… ya ves.

-Estamos hechos un par de tontos, Johnny.-bromeé yo sentando a Alex de nuevo sobre la cama.-Anda, cariño, espérate ahí sentadito mientras papá y mamá se cambian.

Pese a que al principio protestó porque lo había dejado, pronto olvidó su pequeña rabieta cuando le acerqué el peluche con el que había estado jugando toda la mañana.

-¿Ves, Al?-dijo John mirándolo, aunque el niño, entretenido como estaba, ni siquiera levantó la cabeza.-Por fin vas a tener unos padres casados como la gente normal. Dejaremos de vivir en pecado.

-Hay que ver que tontaina que estás hecho…-reí yo dándole un manotazo cariñoso en el brazo.-Vamos, pecador, vistámonos o vamos a llegar tarde a nuestra propia boda.

**************************************

Apenas cabía un alfiler en la sala del juzgado. No es que hubiera mucha gente, sólo los más allegados, pero aquello era tan pequeño que, con poco, estaba lleno.

Pese a todo, los otros tres Beatles habían venido a la boda. Y es que, desde que habían dejado de trabajar juntos, las cosas parecían mucho mejor entre ellos, lejos del fantasma de las discusiones en el estudio de grabación. Ellos tres, junto con Rachel, Lisa y una ya visiblemente embarazada Anna, observaban aquella escueta ceremonia en silencio y sonrientes. A su lado, Mimi y unos cuantos más, como Mal, Neil y las medio hermanas de John, hacían lo mismo.

Y mientras, allí estábamos John y yo, escuchando aquella perorata que nos estaba soltando el juez de paz que nos estaba casando. Bueno, en realidad, por lo menos en mi caso y seguramente también en el de John, fingíamos que escuchábamos, pues los dos estábamos más pendientes de los intentos de Alex por zafarse de Anna y hacer de las suyas que de otra cosa.

De repente, el apretón de mano que me dio John hizo que volviera a fijar mi atención en lo que estaba diciendo el juez. Efectivamente, casi en el momento justo en el que volvía a poner mis cinco sentidos en escuchar, el hombre empezó a pronunciar con voz mecánica unas de las palabras más cruciales de toda mi vida.

-John Winston Lennon, ¿aceptas a Briseida Vila Martínez como legítima esposa?

Instintivamente, volví a mi cara hacia John y lo miré, sonriente. Él, por su parte, me dedicó una mirada cargada de amor antes de contestar.

-Sí, acepto.

-Y tú, Briseida Vila Martínez, ¿Aceptas a John Winston Lennon como legítimo esposo?

Sólo dos palabras. Eso era lo que me separaba de estar casada con la persona que me hacía feliz. Volví a clavar mis ojos en los suyos, intentando transmitirle así todo lo que estaba sintiendo en esos momentos. Sonreí.

-Sí, acepto.

No dejé de mirarle durante un solo segundo cuando dije eso. Tampoco lo hice cuando por fin el juez nos declaró con voz monótona marido y mujer. John tampoco lo hizo. Los dos estábamos demasiado absortos el uno con el otro como para mirar al juez en aquellos momentos.

Y entonces, con cuidado, John se inclinó hacia mí y me dio un beso tierno e inmensamente largo ante todos los allí presentes.

-Te quiero mucho, mi Bri.-susurró cuando despegamos nuestros labios.-Y siempre, siempre lo haré.

******************************************

Jueves, 9 de abril de 1987
Londres

“Te quiero mucho, mi Bri. Y siempre, siempre lo haré.”

No supe si en realidad John me acababa de decir aquello o era sólo un potente recuerdo que resonaba en mi mente. Reconocí la mano de John acariciándome la cara, con suavidad. Tal vez sí que lo había dicho en realidad. Tal vez había repetido, tantos años después, aquellas palabras exactas que tanto significaban para mí. Algo me decía que sí, que lo había hecho.

Aunque pueda parecer mentira, aquellas palabras y aquella leve caricia, me dieron fuerza, una fuerza que a aquellas alturas yo ya consideraba perdida del todo. Y así, incluso sorprendiéndome a mí misma, abrí los ojos lentamente.

-¡Mamá!

Julie fue la primera que soltó aquel grito de sorpresa al que pronto se le unieron Matt y Alex.

Lo primero que vi fue la cara de John delante de mí. Tenía los ojos tojos, llorosos, como nunca antes se los había visto, pero, aún así, se las ingenió para dedicarme una sonrisa sincera.

-Bri, cariño… Estás despierta.

Sólo pude apretarle un poco la mano que sostenía la mía a modo de respuesta. Abrir los ojos, al parecer, había consumido ya todos mis recursos. A continuación, miré a mi alrededor. Julie, Alex y Matt estaban al lado de su padre; Matt evidentemente deshecho, Julie y Alex un poco más enteros aunque los conocía lo suficiente como para saber que ya no podrían estar más rotos por dentro. Un poco más apartados, en un discreto segundo plano, Rich y Anna, abrazada a él, triste, junto con sus hijos. Y en el sillón individual de la esquina, como siempre, Greg, quien observaba todo aquello serio y sin mediar palabra, como si estuviera viendo una película que no acabara de ir del todo con él.

Aquella imagen, verlos a todos tan hechos polvo, me entristeció muchísimo. Vale, de acuerdo, era reconfortante ver como las personas a las que más querías en el mundo estaban a tu lado en ese momento; pero, por otra parte, odiaba verlos sufrir de ese modo. Era una cosa que me hacía sentir sumamente impotente puesto que yo nada podía hacer por remediarlo. El destino era así de cruel.

Aún estaba pensando en todas aquellas cosas cuando, de repente y sin decir ni una palabra, Julie se acercó hacia mí, se inclinó y se fundió en un torpe abrazo conmigo. Casi en el acto, Alex y Matt la imitaron. Sentir su contacto justo en aquellos últimos momentos me emocionó. Mis niños, los tres, cada uno diferente entre sí pero igual de especial para mí. Mis niños a los que iba a echar tremendamente de menos allá donde fuera. Un par de lágrimas rebeldes cargadas de sentimiento se me escaparon rodando mejillas abajo mientras los cuatro permanecíamos fundidos en aquel abrazo que parecía eterno.

Perdí la noción del tiempo en aquel instante: ni siquiera sé cuánto tiempo pasamos así, si fueron segundos o minutos, hasta que los chicos, poco a poco se fueron se fueron separando de mí lentamente.

Aún me dio tiempo a mirarles detenidamente, a todos. También a Anna, a Ringo y a sus hijos. También a Greg. Y, por supuesto, también a John, quien se inclinó hacia mí y me dio un suave beso en los labios.

De repente, cuando apenas le había dado tiempo a separar su boca de la mía, volvió a ocurrir. De repente, mi cuerpo se sacudió de arriba a abajo en un violento espasmo. Dolor, dolor y más dolor, aquella vez más fuerte y más intenso que las otras veces. Abrí los ojos como platos, hasta tal punto que llegué a temer que se me salieran de las órbitas. Era como si me rompiera en mil pedacitos por dentro, era como si alguien estuviera partiendo mis órganos en dos. Oxígeno. Necesitaba oxígeno. Abrí la boca, histérica, intentando agarrar aire. No lo conseguí. Sin ni siquiera pretenderlo, un gemido agónico y lastimero salió de ella antes de que otro espasmo hiciera que mi cuerpo volviera a sacudirse violentamente en el sofá.

Y entonces cerré los ojos y todo cesó.

Aún pude escuchar un grito agudo a lo lejos, aunque no pude prestarle la menor atención. El dolor había cesado por completo. Me sentía bien, tranquila y en paz conmigo misma. Aquello era como estar flotando sobre un mar de calma aunque lo único que podía ver ante mí era… la oscuridad.




En primer lugar, entenderé a la perfrección si como lectoras de esto os organazáis y decidís hacer una expedición a mi casa para lincharme por haberos dejado así. Lo entiendo y lo comprendo, jajajaja. No obstante, antes de que agarréis las armas y todo eso, dejadme decir una cosa: JURO SOLEMNEMENTE QUE SUBIRÉ MUY PRONTO EL CAPÍTULO 19, de verdad. Mejor así? Bueno, pues mejor también para mi integidad física... :P
Bien, vale, ya, me dejo de decir pavadas y me pongo un poquitín más seria. Este capi en particular me costó escribirlo, sobre todo la parte final, en la que ha pasado lo que ha pasado. Espero que no se note mucho y que, pese a todos los pesares, hayáis disfrutado leyéndolo (si es que se puede disfrutar con esto, claro).
Por mí prácticamente que nada más antes de despedirme, sólo agradecer muy sinceramente a las lectoras que permanecéis ahí fieles leyendo esto y muy especialmente a mis comentaristas: Mane, María (alias La Rebelde :P ) y Ximm. Sé que lo he dicho muchas veces, pero para mí es un aliciente muy importante.
Y  bien, ya me dejo de incordiar y me despido ya de verdad. Un abrazo y un saludo a todas! Muaaa! :D